Las teorías económicas me parecen una serie de cábalas y supersticiones más o menos interesantes. Un economista de hoy es como un astrólogo del siglo XV, cuando los astrólogos eran respetados y sus predicciones tomadas en cuenta. Por si alguien se enoja conmigo, diré también que las teorías literarias, más en mi campo, son cábalas y supersticiones también, aunque de menor importancia en la vida pública.
Francisco Cabrillo continúa su serie “Historias pintorescas de economistas ilustres” con la historia de Irving Fisher, uno de los grandes economistas norteamericanos del primer tercio del siglo pasado: “Pero la gran crisis de la economía norteamericana fue para Fisher aún peor que para la mayoría de la gente que se arruinó en aquellos años. Una cosa es, en efecto, quedarse sin nada, por haber sido mal aconsejado por el asesor de inversiones o por haberse dejado llevar por un sentimiento de euforia irracional y otra muy distinta que el economista norteamericano de mayor prestigio lo pierda todo por haberse equivocado de forma radical en sus previsiones. El primero de los casos es una desgracia; el segundo puede ser interpretado y lo fue en su día, como una clara muestra de incompetencia. ¿Qué fiabilidad podrían tener, en efecto, las ideas de un economista que ni siquiera había sido capaz de administrar con sensatez su propio patrimonio?”
La ruina de Irving Fisher.
2004-05-28 20:00 Fallar en sus previsiones es el deporte preferido de los economistas. En el 1929 fallaron prácticamente todos. Son tan pocos los que acertaron que incluso tenemos sus nombres. Ludwig von Mises, Friedrich A. Hayek, Jacues Rueff.