Pienso que, en general, la argumentación está para afianzar lo que uno ya piensa y no para convencer a los demás. Quiero decir que un artículo estupendo sobre determinado tema es leído y aplaudido por las que ya pensaban así, aunque quizás no pudiesen verbalizarlo con esa exactitud o matiz que aporta el articulista; los que no pensaban así seguirán en sus trece. Las proclamas, las consignas, sirven para la autoafirmación. De ahí la enorme dificultad de la educación: se puede educar mediante la imposición más o menos hábil de los conocimientos, pero es harto difícil hacerlo impregnando hábitos, modos y habilidades, es decir, convenciendo al educando. En ese punto chocan todas las campañas de fomento de la lectura: decirle a un niño que lea, lo hagas como lo hagas, es iniciativa condenada al fracaso. En esa onda está Quiero pedirles que lean, el muy hermoso texto de Ernesto Sábato que afianzará la fe lectora de los que ya amen los libros, pero que difícilmente convencerá a un no lector de las bondades de la lectura.