Agustín Ijalba pone el dedo en la llaga y retoma el nietzscheano tema de matar a
Dios: “En su nombre se justifican las acciones más abyectas. En su nombre se sigue dividiendo el mundo entre el bien y el mal, sin habilitar posibles zonas intermedias. Al parecer, la intransigencia le es consustancial y, sin embargo, es también paradójica: ¿no debería Dios, siendo quien dicen que es, admitir la posibilidad de su negación? ¿No cabemos todos, absolutamente todos, en su morada? ¿A qué vienen entonces tantos sermones? Mejor será que lo dejemos en paz, y para ello propongo que en adelante omitamos su nombre, pues de tanto escribirlo y recitarlo y reclamarlo y perjurarlo, acabaremos matando la gallina de los huevos de oro: ¿No creéis llegada la hora de certificar la muerte definitiva de Dios, antes de que nos veamos todos abocados en su nombre a nuestra propia muerte, ésta sí real y definitiva?”