España —Europa— se ha relacionado con Latinoamérica como con una querida a la que uno le da hijos, la frecuenta, incluso duerme a veces en su casa y le paga los estudios a la descendencia y la compra, pero con la que nunca se casa. Asia ha sido siempre una actriz sueca, inalcanzable y deseable sólo como un sueño, y temida por extraña. África ha sido la puta: usada, despreciada, olvidada.
Inés Matute conoce la lluvia africana de Mallorca: “Me llueve África cuando los skinheads de mi pueblo le calientan el morro a un chaval cuyo único delito es no ser blanco o, siendo negro, no tener carisma de rapero. Me llueve África cuando me planteo cuál sería mi reacción si mis hijas tonteasen con uno de ellos. Me llueve África cuando les veo hacinarse en un piso inhabitable, cuando sé que duermen diez en una cama en la que no caben cuatro mientras su arrendador —blanco y con Mercedes— se hace de oro alquilando una cueva.”
Cuando llueve África.