Yo siempre he sostenido que el ser humano se mueve por instinto única y exclusivamente egoísta: si detenemos el coche para socorrer a un accidentado es sólo porque de no hacerlo no viviríamos tranquilos; esto lo disfraza nuestra mente de buenas intenciones. Y es claro que socialmente el egoísmo puede ser más o menos constructivo.
Luis Ignacio Parada piensa más o menos lo mismo de las relaciones internacionales, y en concreto de la nueva Europa: “Desde ayer se extiende ya a veinticinco países que hablan dos docenas de lenguas, practican una decena de religiones, pertenecen a seis etnias básicas, han luchado entre sí veintidós siglos y han tenido más de cien fronteras. Y es claro que su amistad o enemistad, sus guerras y sus alianzas se ha debido siempre a intereses permanentes. Por eso esta ampliación tiene una importante excepción: para evitar la avalancha de trabajadores hacia los países más desarrollados, calculada en unos 220.000 trabajadores anuales hasta 2014, todos los países, salvo Irlanda, han impuesto a los diez nuevos, a cambio de ayudas económicas, serias condiciones y plazos de transición a la libertad de movimiento y establecimiento de trabajadores, precisamente el día del Trabajo.”
Europa no tiene amigos, sólo intereses.