Resulta que cuando, en presencia de belleza, sentimos un placer vertiginoso, un escalofrío cálido, lo que en realidad sucede es que se activa el córtex prefrontal dorsolateral izquierdo de nuestro cerebro. Finalmente, todo, absolutamente todo, es pura química. Algún día se demostrará que Dios habita en una neurona.
Gisèle Mart cuenta la investigación que intenta descifrar el mecanismo de la percepción estética: “En 1998 se contaba ya, gracias a los trabajos del grupo de investigación de Semir Zeki en Londres, con algunas evidencias acerca de los circuitos cerebrales que procesan el color, e incluso desde diez años antes (mediante las propuestas de Eibl-Eibesfeldt, Ramachandran y el propio Zeki, entre otros), con hipótesis de enorme interés sobre cómo los artistas serían capaces de intuir esas #8220;leyes” cerebrales para construir sus propuestas estéticas. Sobre todo el arte de finales del siglo XIX y principios del XX, con el impresionismo, el fauvismo y el cubismo, por ejemplo, como herramientas de distorsión de la realidad.”
La belleza, una dimensión cerebral.