Juanjo Javierre: “La fábula de la cigarra y la hormiga ejemplifica la percepción que la mayor parte de la ciudadanía todavía tiene del llamado mundo de la cultura. Para muchos, músicos, actores, escritores, artistas, etc, forman un colectivo de despreocupadas cigarras ajenas a las dinámicas económicas y laborales del mundo real. El estereotipo decimonónico del artista bohemio se convierte en paradigma con el que se visualiza a un complejo colectivo. La realidad es otra muy distinta. Las actividades de la industria de la cultura y el ocio significan alrededor del 5% del PIB. Por otra parte, diversas teorías sociológicas establecen una relación directa entre efervescencia cultural e innovación tecnológica, sirva como ejemplo los lazos entre la contracultura californiana y el Silicon Valley. Cataluña ha realizado una apuesta estratégica por la cultura, y es que el binomio turismo/oferta cultural se hace cada día más necesario. Por eso, más que bonitas palabras (como las de la gala de los Max) sería de agradecer a la flamante ministra acciones muchos más concretas, porque en el mundo de la cultura las cigarras perezosas (que la hay) conviven con muchas anónimas y productivas hormigas.”
La cigarra, la hormiga y el PIB.
2004-04-30 15:22 Los artistas “de vida bohemia”, entre los que podemos contar decenas de intelectuales, filósofos de profesión, artistas, escritores y demás chupópteros del estado burgués sobreviven gracias al patrocinio del poder establecido, que costea con fondos públicos sus insoportables mamarrachadas. Todo el mundo atiende a sus desvaríos: las opiniones de los escritores sobre los más variados temas, a pesar de que frecuentemente su campo de conocimiento se limite a ciertos rudimientos sobre el alfabeto latino; las desaveniencias políticas de los actores “izquierdistas”, empeñados en convertirse en la voz pública del pueblo obrero; las soberanas estupideces generadas por las mentes ociosas de los nuevos “artistas”, que sobreviven gracias a la venta de productos miserables catalogados como “arte” por ellos mismos. Y mientras estos parásitos tratan de convencernos de que su tarea es esencial para la continuidad del estado de derecho, los trabajadores, los auténticos productores de riqueza y bienes, siguen estando sometidos a las 50 horas semanales.