El encargado. Lo era muchas veces. Era un ensayo a pequeña escala de mcarthismo: se ausentaba la profesora y tú quedabas de encargado, de pie junto a la pizarra, anotando los nombres de todo aquel que movía el pelo que no debía. Escuela de delatores; un aprendizaje perfecto, para ambos: el chivato aprendía el oficio para sus años de trepas de oficina, y el acusado se iba acostumbrando a su status de paria, de cabeza de turco, de blanco fácil.
Alber Vázquez,
Ese pequeño delator que todos llevamos dentro: “En principio, siempre solía caer un tal Balenciaga, porque así estaba escrito. Tú salías a la pizarra y la propia tiza tiraba de ti para que escribieras, con clara caligrafía, su nombre. Éramos unos críos, Balenciaga estaba ahí y nadie se cuestionaba que tenía que perder. Por supuesto, Balenciaga protestaba, pero eso no servía para otra cosa que para disparar una interminable hilera de palitos a la derecha del apellido.”