Piensen en cómo se divertían muchos de ustedes; salvo los casi imberbes, los demás pasamos toda o la mayor parte de nuestra infancia sin juguetes electrónicos. Sin embargo, hoy en día el ocio pasa por el chip: el de los niños y el de los adultos. Quizás nada haya cambiado tanto en los últimos 40 años como el modo de divertirse en las sociedades occidentales. ¿Estamos preparados para ello? ¿Sómos capaces de asumir, conocer y controlar las nuevas formas de ocio?
Antonio Cambronero se acerca a estos problemas en
El ocio electrónico: “Todas las incongruencias provocadas en la sociedad de la brecha digital, donde el ocio electrónico sólo es un apartado más, deben ser convenientemente explicadas por los educadores y por los padres de las nuevas generaciones. Los males del ocio electrónico son los males de una nueva sociedad altamente tecnificada y globalizada donde, casi siempre, priman criterios alejados de la justicia social. Lógicamente, en la educación situamos nuestra esperanza. Desde luego, la tecnología no es el problema. Hoy se puede acceder a la Internet desde agendas electrónicas del tamaño de la palma de la mano o cualquier otro dispositivo inalámbrico. Podemos hacer fotos con un teléfono móvil y enviarlas al instante a cualquier punto del planeta. Podemos jugar y descargar música en nuestros ordenadores sin coste alguno, podemos hablar y vernos con personas situadas al otro lado del mundo.”