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Por qué no debemos nuncia abandonar Irak

Se podría tener mayor descaro, pero eso ya sería otra cosa; porque ¿qué esperar de alguien, que ejerciendo su capacidad de influencia en la toma de decisiones políticas a nivel mundial, se “olvida” de que no ha sido erigido por voluntad divina, sino por el mecanismo de la llamada democracia representativa? ¿qué decir de alguien quien, ante tal lapsus, ofrece información alterada sobre la realidad para tendenciar la opinión ciudadana? ¿que decir de alguien a quien le debemos parcialmente, porque en esto ha habido otros 2 más la guerra en Irak?. Tony Blair es el personaje que ahora, sin mencionar el origen del conflicto bélico, nos “deleita” con sus “razones”: Por qué no debemos nunca abandonar Irak.
Carmen Castro | 12/04/2004 | Artículos | Conflictos bélicos

Comentarios

  1. Daniel Rodríguez Herrera
    2004-04-12 19:27 Y entrecomillas la palabra razones porque deduzco que a tí no te gustan, para lo que ofreces una enormidad de buenos argumentos contrarios en… en…. Habrá sido un despiste tuyo; perdona… :-P
  2. Carmen Castro
    2004-04-12 20:05 Daniel, no se trata de un despiste, sino todo lo contrario; como bien has percibido… no me gustan nada las “razones” que aporta Blair, y lo hago evidente, aunque eso no impide que recomiende su lectura ;)
  3. Enrique
    2004-04-12 22:42 LA ORDEN DEL FENIX Y fue entonces cuando a Tony le dio por el salmorejo y por leer Filosofía (sobre todo a Federico, un estibador de los muelles de Hamburgo admirador de Einsturzende Neübauten), toda vez que la Tercera Esquina de su amigo Anthony ya sólo le provocaba jaquecas y que la ginebra que servían en el Consulado de California era como el peor detergente de Marsella. ¿Llegaba a su fin la carrera diplomática de un hombre bueno, de un cristiano carismático? ¿Era la tierra redonda también para los mentirosos? ¿Podría seguir leyendo a Chesterton o a Keats, allá en el destierro? Tony no sabía cómo explicar a los suyos (a los de Hogwarts) lo de los informes falsos, ni lo de la mostaza de Dijón caducada, ni lo del primo exhibicionista de Lawrence de Arabia. Y es que las cosas estaban ciertamente difíciles; algunos amigos de Tony ya habían sufrido en sus carnes la incomprensión desmedida del populacho, la ingratitud congestionada de la plebe, y Tony, que además de un gran político no tenía un pelo de tonto, ahora sentía miedo. “A veces le dijo una mañana a Cherie, mientras preparaba los huevos y el bacon para el desayuno necesitamos la ceguera y debemos permitir que ciertos errores y artículos de fe permanezcan intactos en nosotros mientras nos mantengan en vida”; y ésta comprendió al instante que su marido estaba pensando en el cargo, en cómo salvar el cargo, que leía cosas rarísimas y que podía ser despedido. Y en otra ocasión, durante la temporada de lluvias, Tony salió del baño con un desatascador en la mano, dando voces como un quijote de Liverpool, y gritando: “debemos amar y cultivar el error: es la madre del conocimiento”; lo que Cherie, arrebatándole el desatascador, aprovechó para escribir sus memorias y las de su marido, ambas a un tiempo, susurrando una versión en arameo del My Generation de The Who (eso sí, grabada en directo), mientras atacaba desatascador en mano, con todas sus fuerzas, la mierda acumulada en el fregadero.

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