José Pablo Feinmann glosa
Senderos de gloria, el hermoso film de Stanley Kubrick: “Tenía trece años por ahí cuando vi esta película. Salí del cine y pensé que era maravilloso que existieran hombres como el coronel Dax. Que la dignidad, la pureza eran posibles. O que una canción (una sencilla canción) podía ser más poderosa que el odio, que la guerra. Nunca volví a encontrar al coronel Dax. Que era (y acaso sea éste el punto más claro de su inverosimilitud) un militar: un hombre que ha elegido el oficio de las armas, de la guerra, el oficio de matar a los otros. Sin embargo, sigo viendo Senderos de gloria. Sé que Kubrick y su productor James B. Harris y su guionista Jim Thompson y hasta Kirk Douglas [...] me mintieron. Sé también [...] que hombres como Dax [...] tienen que existir, ser posibles. Tienen que ser, sobre todo, un horizonte para nuestra condición moral, una meta inalcanzable pero hacia la que nunca hay que dejar de ir, ya que desviarse de ella es morir, matar al chico que salió de ese cine hace cuarenta años y creyó (destinándose, marcado para siempre) que la honestidad era posible, que era posible ser, sencillamente, bueno.”