Es una historia de emigrantes como hay miles y miles, pero a mí me gustan estas historias, no puedo dejar de oírlas o leerlas. Me gustan las que están llenas de pequeñas coincidencias, pequeños milagros que salvan a los protagonistas en el último minuto, aunque claro, este recurso narrativo sólo funciona porque las historias son verdaderas. Los abuelos de
Leonardo Moledo, judíos rusos, acaban de llegar a Buenos Aires: “Mezclados con una enorme multitud, siempre cambiante y que hablaba mil idiomas distintos, David y Clara esperaron durante cinco días interminables, hasta que Clara, que no resistía más ese hacinamiento, se hartó y decidió salir a probar fortuna en la ciudad que estaba a sus espaldas. David sacudió la cabeza como diciendo que lo único que podía hacerse era sentarse allí y esperar que llegaran el tío Arche o el Armagedón: alguno de los dos llegaría primero. Pero Clara insistió y se fue. A las cuatro horas, cuando David, pese a su paciencia milenaria empezaba a intranquilizarse, Clara volvió radiante y le contó que se había perdido en medio de un fragor de coches de plaza y que después de caminar sin rumbo durante un rato, había sucedido el milagro más increíble: se había encontrado en una esquina con Sara Spanier, su vecina de Kisiniev.”
El samovar de plata.