Si siguen ustedes la prosa destructora, corrosiva y feliz del genial
Ramiro Cabana apreciarán doblemente el relato de cómo se vivieron los 4 días que cambiaron España en su palacete: “La tristeza llenaba la casa. Alguien trajo una bandera y un crespón y los colgamos sobre el pórtico de la entrada, tapando el escudo de mis antepasados. Mi chavala llegó del trabajo y se enganchó a la tele. Yo deambulaba por la internet en busca de más noticias. El viernes la conciencia de que grupos ligados al mal islam eran los responsables, empezó a tomar cuerpo. Le dije al personal que se sintieran libres de hacer lo que les apeteciera. Por la tarde fuimos a la manifestación todos menos Borja, que no está capacitado para pillar la magnitud de la catástrofe. El sábado salí a ver unas fincas de mi propiedad. Al volver, ya oscuro el día, me encontré con mi chavala y todo el personal sentados delante de la pantalla de plasma siguiendo los acontecimientos por Euronews. Estaba casi confirmada la culpa de integristas islámicos en la tragedia. El corazón se nos apretaba cada vez que repetían las imágenes del crimen, cada vez que algún familiar aparecía en la pantalla. Algo de su desolación también era nuestro.”
La tristeza y la democracia.