Votar. Conozco a decenas de personas que no van a votar; no hay argumento que les sirva: demasiado decepcionante, demasiado frustante. Simplemente no creen que sirva de nada, no creen que los partidos sean distintos unos de otros. Y quién sabe.
Miguel Santa Olalla utiliza el método negativo para convencer de
Cómo NO hay que votar, porque también en la calidad del voto se contruye una democracia: “El voto de partido es un voto irreflexivo. Es absolutamente imposible que un partido lo haga bien siempre, o que no convenga, en algún momento, cierta alternancia en el poder. Votar sistemáticamente al mismo partido nos libra de algo pesado y costoso: informarse seriamente de la situación económica y política del país, y cuestionarse seriamente por el partido más adecuado. Y no se trata sólo de que el voto “ideológico” olvida o perdona ciertos “errores”, sino de que, en el fondo, evita cualquier tipo de crítica. Si los partidos siguen fundándose en estructuras petrificadas, carentes de sentido democrático, es, entre otras cosas, por la gran cantidad de gente que vota con este criterio, que, además, nos obliga a vivir en un bipartidismo enfermizo.”