Arte con muertos. La primera impresión, siempre, es la de que se busca el éxito por el morbo: se juega con creencias y con supersticiones, sin elemento artístico alguno que lo sustente. Pero también puede jugarse con los sentimientos y reacciones del espectador en busca de un arte individual e intransferible y que produce quien ve.
Rocío Silva Santiesteban escribe sobre una exposición de Teresa Margolles que vaporiza el agua utilizada en la morgue para lavar los cadáveres para impregnar a los visitantes con ella.
Agua de cadáver: “Teresa Margolles cuenta que cuando era niña, en Culiacán, Sinaloa, se tropezaba camino a colegio con animales muertos. Una vez vio el cuerpo de un caballo, al día siguiente igual, y al otro, nadie lo quitaba del camino. Pudo observar el proceso de deterioro del cuerpo: la hinchazón. Una tarde de ésas cogió una piedra y “con esa curiosidad de todo niño”, tal vez, con esa inocente crueldad de todo niño, la tiró sobre la panza que se abrió dejando escapar decenas de pequeñas mariposas o polillas. Este fue el momento de revelación para ella y para el trabajo no-objetual que desarrolla ahora. ¿Por qué no la muerte o aquel objeto que la muerte transforma en un “resto”?, ¿cuál es el lugar de los restos en nuestras sociedades?, ¿para qué sirven sino para que los otros sigamos vivos?”