El terror, el pánico más profundo, el horror, espera en cualquier sitio. Abrimos los ojos cada mañana sin darnos cuenta de la pequeña maravilla que supone esa apertura leve de los párpados, y no pensamos —supervivencia— que quizás sea este el día en que la luz estalle en mil pedazos y se claven sus astillas en nuestros ojos, para siempre.
Los raíles, de
David Álvarez: “No puedo imaginar la angustia de otra forma después de haber leído las cuatro primeras líneas que ayer en el diario contaban la historia de una madre que entró en un vagón de metro de espaldas, mientras arrastraba el carrito con su hija de cuatro meses. Cuando el carrito aún no había pasado, se cerraron las puertas como una boca enorme y cuadrada, el metro empezó a deslizarse, el carrito rebotó unas cuantas veces y la niña murió. No conseguí leer más allá de la cuarta línea, porque la cuarta línea decía que la madre no había podido salir del vagón hasta la siguiente parada, después de haber visto el carrito golpear contra el costado del tren y volcarse, en la estación.”