Las catástrofes, las ajenas, son bálsamos que nos pueden impactar más o menos, pero que son alivio que lubrica nuestra vidas: no estamos tan mal. Alber Vázquez, Hacía la sordidez por el costumbrismo: “Valga para este relato que algo muy grave sucedió y que todos en el bar, sin excepción alguna, se quedaron mudos y con la vista fija en el televisor. Nadie jugaba a las cartas, nadie charlaba, nadie miraba a las musarañas. Sólo la voz del comentarista de televisión. Guadalajara está ahí mismo; puedes subirte a un coche en la puerta del bar y unas horas después, has llegado hasta allí. Muy probablemente, ninguno de los parroquianos tenía familia o conocidos en Guadalajara, pero no importaba: Guadalajara estaba ahí mismo. Guadalajara ciudad de España, claro. Luego resultó que la calamidad había sido en Guadalajara ciudad de México. El alivio que la parroquia sintió no tuvo límite. Estaban cayendo como moscas, pero qué carajo, mediaba un océano entre ellos y nosotros.”