Cada vez que hablan de la fuga de cerebros no puedo evitar acordarme de
El jovencito Frankenstein. Esto nada tiene que ver con la seriedad del artículo de
Vicente Larraga,
¿Cómo evitar la fuga de cerebros científicos?, donde se exponen los problemas de la recuperación de científicos que trabajan en el extranjero y las posibles soluciones: “El científico que vuelve tiene que enfrentarse con la ausencia de una auténtica carrera investigadora, permaneciendo más de veinte años en una misma escala funcionarial y con dificultades para conseguir una financiación suficiente para realizar sus proyectos. Ha de luchar además contra unos sistemas de financiación rígidos y dependientes de una estructura ministerial obsoleta, que favorece el poder de los «colegios invisibles».”