Me gustaría que en las próximas elecciones en las que pueda votar, tuviese la seguridad de que mi voto ayudaría al partido que hubiese escogido; me gustaría, por tanto, no tener que pensar si votar a tal o cuál partido sería tirar el voto; me gustaría que mi voto entrase a formar parte de todos los votos emitidos al partido elegido y se sumase como cualquier otro. Pero esto no sucede así: he de pensar en el voto útil y otras perversiones democráticas de ese tipo.
Julio Anguita resume una serie de reformas necesarias en nuestra democracia que taponen los numerosos agujeros por los que hace agua, varias de ellas referentes a la Ley Electoral y, creo yo, todas ellas razonables y poco políticas: ” Está clara la no adecuación entre el número de votos y los escaños obtenidos; esta desviación perversa y pervertida de la voluntad popular tiene su origen en el vigente sistema electoral de proporcionalidad corregida (Ley D’Hont) y la circunscripción electoral provincial. Veámoslo de otra manera.
En las citadas elecciones generales el PP tuvo un diputado por cada 61.939 votos; el PSOE tuvo un diputado por cada 66.088 votos e IU necesitó prácticamente el doble para tener un diputado: 125.230 votos.”
Democracia concreta.