La literatura oral parece que sólo ha sobrevivido en aquellas culturas iletradas y analfabetas, en el sentido técnico de los términos. Nuestras sociedades no sólo han apagado ese modo de transmisión, sino que sus planes educativos eliminan en lo posible el acto memorizador (y también el poético). Recientemente, en el Tibet, un niño de 11 años se ha aprendido de memoria un poema épico de diez millones de palabras;
Luis Villar nos habla de una sociedad en la que hay recitadores profesionales y en la que la tradición dice que los poemas se apreden en el sueño: “Los “maestros de Dios”, como se les conoce a los iluminados narradores, son, salvo raras excepciones, iletrados. Es el caso de Samzhub. Sitar, por el contrario, es estudiante de quinto grado y no tiene dificultad con lectura y escritura. El mito del maestro narrador analfabeto así se desvanece y se abre un futuro esperanzador para la continuidad de la transmisión oral del poema.”
El poema aprendido en un sueño.