En nuestra cultura el día de los muertos es un día tétrico y morboso; y triste. Uno se pone negro, literalemente, y se pasa el día recorriendo cementerios. Cuanto más cerca estás de tu propia muerte, cuanto más viejo eres, más cementerios recorres. Yo lo veo absurdo: cada uno recuerda a sus muertos a diario y tiene sus propios días de celebración. Todos los días es difuntos.
Miguel Esquiról Ríos en
El día de los muertos recuerda provechosamente a aquellos muertos que le dejaron libros inolvidables: “Roberto Arlt murió de un infarto un frío 26 de julio de 1942. Había escrito “Me he inscripto en la sociedad de cremaciones para que el día que yo muera el fuego me consuma y quede de mí, como único rastro de mi limpio paso sobre la tierra, unas puras cenizas”.”