Yo, la verdad, apenas dejo libros. Consecuentemente, tampoco me los suelen dejar a mí, pero cuando alguien lo hace, yo lo tengo como quién le está robando la novia a un amigo: intento acabar cuanto antes, y si me demoro, cada vez que lo veo, al libro o al amigo, me asaltan tristes pensamientos de infidelidad. A
David Álvarez no le ocurre lo mismo; en realidad él casi parece un profesional del préstamo. En
Oferta urde un hermoso texto en torno a los libros, los préstamos y los dinosaurios: “Se ha contado muchas veces que en una recepción o acto similar con brillantes lámparas de araña y tacones afilados, le preguntaron a una señora qué le había parecido El dinosaurio de Monterroso. Ella, quizá asumiendo que todos los relatos son como La metamorfosis y pueden tenerse, dijo que todavía no lo había terminado. Por eso es el único caso conocido que, al salir de la recepción, podría telefonear a un amigo y preguntarle si tiene el cuento”