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La escuela Eduardo Chamorro escribe uno de esos artículos que a mí me gustan: contrapone dos épocas y dos modos —la escuela de su infancia y la de ahora—, pero etéreamente, dejando el espacio suficiente entre la semántica para que cada quién saque sus propias conclusiones: “los niños podíamos salir del colegio perfectamente iletrados, pero con una noción bastante intensa, precisa y adecuada del disimulo, de la economía de las pasiones en el trato con la autoridad y del sentido más oportuno de las prioridades en la relación de la verdad con la gente. Es decir, salíamos adiestrados para las tácticas y estrategias de la vida. Los maestros que entonces acudían a las aulas preparados para repartir guantazos, hoy afrontan su deber dispuestos a recibirlos. El alumno sabe que puede partirle la cara al maestro. El padre del alumno sabe que también él se la puede partir.”