Me rasgo las vestiduras. Me tiro del pelo. Uno se suma a los linchamientos como a las modas: ahora me pongo un aro en la lengua, ahora condeno el tabaco, me peino como Beckam o me pongo la pegata contra. Lo peor es que este baile sin sentido lo promuevan los gobiernos: “Lo que no cambiará de la noche a la mañana es el hábitat social o la educación desde la escuela. Quien se nutre de un sistema donde los valores clásicos de la convivencia son pateados a diario por la banalización, el fraude de ley, el tráfico de favores, el amiguismo de los intereses y el sálvese quien pueda, es lógico que aprenda las leyes de la selva y trate de abrirse paso a patadas.”
Antonio Casado,
Violencia en los estadios, cinismo ambiental y perversa identificación del deporte con un homicidio.
2003-10-09 11:47 Interesante, también, la visión de Iwasaki: Y los telediarios, añado yo. Saludos.
2003-10-09 15:27 Hombre, opinar que en el deporte no hay violencia, y en los deportistas, tampoco, hablando en particular de fútbol, solo puede hacerlo alguien que jamás ha jugado a este juego ni ha respirado el ambiente bélico que se respira en el transcurso de un buen derby. Los Juegos Olímpicos de la antigüedad, de donde derivan nuestros actuales y divertidos deportes, no eran más que un paréntesis que obligaba, por orden y bajo amenaza del Comité Olímpico, a detener momentáneamente los conflictos, a posponer la guerra. Y no se puede negar que los chicos del Comité organizaron bien el negocio. En el fondo, durante los Juegos, se venía a practicar lo mismo que en tiempos de guerra, es decir: correr, saltar, lanzar la jabalina y, sobre todo, luchar, mucho luchar, incluso con una modalidad de lucha (el Pankration) cuyo premio final para el triste derrotado era la muerte. El fútbol no es más que una simulación de la guerra con medios que, sin aguzar demasiado los sentidos, nos resultan curiosamente familiares: el tapiz, verde, como campo de batalla, los uniformes, los estandartes, los himnos, el honor en juego de la ciudad o de la nación, etc. Y algunos, a estas alturas, y a pesar del esfuerzo civilizatorio de la simulación, siguen echando de menos el Pankration y en lugar de dedicarse a admirar el moño de Beckham como todo el mundo, nos joden el día tiñendo las calles de sangre. Escribió Camus que, después de muchos años en que el mundo le había permitido variadas experiencias, lo que más había aprendido acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debía al fútbol. Pero hay quien opina que estas cosas también se aprenden en las trincheras. Opinar que en el deporte no hay violencia, y en los deportistas, tampoco, supone olvidar que algunas entradas de reconocidos y minerales (¿me estaré refiriendo al Hierro?) defensas centrales bien pudieran formar parte de la Historia Universal de la Infamia. Opinar que en el deporte no hay violencia, y en los deportistas, tampoco, es no querer recordar aquella entrañable escena del entrenador argentino Bilardo, gritando desencajado a uno de sus jugadores (ahora dudo ¿o fue al propio masajista de su equipo?) que se interesaba por el estado de salud de un jugador enemigo caído (lesionado) en acto de combate. ¡A ese no, boludo, a ese no, que no es de los nuestros!