Se habla de la Constitución como de las doce tablas. La transición, el sistema de gobierno pactado con el franquismo… no se mienta —de mentar— como si fuese un mal muerto en la familia: no se toca, no se remueve, no se habla. Por eso cobran importancia columnistas como
Haro Tecglen, que no se calla nada: “La Constitución española fue, por sus circunstancias, timorata, pactante. Se prometía un desarrollo: leyes complementarias, reglamentos y normas. Unos vinieron, otras no. Lo más notable es que haya un rey en una constitución republicana, y así es lógico que sea la monarquía constitucional, constitución viva, en carne y hueso mortales, pero con un ADN sucesorio, igual, salvo incidencias sexuales. Y la Constitución es inmortal, en contra de sus normas, que piden adaptaciones al tiempo en que se aplica: todo es distinto de cuando la clase política la fabricó.”
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