Lorenzo Fernández Prieto: “La falsedad del liberalismo económico (neo o paleo) encuentra en esto una prueba. Sin protección ni subvención, los mercados de los Estados Unidos y Europa serán invadidos por productos de fuera. Cambiar esto supone tocar la fibra profunda de la Francia revolucionaria, fundada en la alianza entre burgueses y campesinos, y de la Arcadia yanqui de los ganaderos y granjeros. Los nuevos países no quieren más ayuda al desarrollo que oculte negocios de occidente, quieren competir y que les dejen trabajar.” La agricultura, nuevo problema mundial.
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Artículo publicado por Libro de notas.

Traducido del gallego por Marcos Taracido.
Texto original en gallego: La Voz de Galicia.

La agricultura, nuevo problema mundial
Por Lorenzo Fernández Prieto.

En la Europa actual, sensibilizado por el hambre en los países más pobres y preocupada por el medio ambiente no se entienden las fuertes resistencias gubernamentales para abandonar las subvenciones a la agricultura y completar la liberalización comercial, abriendo sus mercados a los productos agrarios. Tal y como piden en la OMC la mayoría del mundo capitaneado por Brasil, China, India, Suráfrica y Argentina. En estos asuntos Europa es aliada fiel de Estados Unidos, mucho más que en política exterior. Puede que la parafernalia solidaria sea una disculpa moral de las sociedades más ricas para poder seguir siendo ávidos consumidores con la conciencia traquila. Pero hay más explicaciones.

La subvención a la agricultura es moneda común en los países más ricos y el hambre es una de sus consecuencias en los pobres. Hay pocas dudas respecto a que la reclamación de estos países es un compromiso de futuro ineludible. ¿Pero por qué no se concreta? Hay en esto razones económicas, desde luego, pero también algo atávico más que histórico.

Las agriculturas tecnificadas e hiperintensivas de los países ricos no pueden competir con las agriculturas menos obsesivamente tecnificadas, más orgánicas y por lo tanto más sostenibles. La revolución verde se basó en un gasto intensivo de energías no renovables que sólo se pudo lograr y mantener gracias a fortísimas subvenciones, tanto más elevadas cuanto más se encareció la factura energética, dando lugar a agriculturas que no son sostenibles. Pero los agricultores son el viejo núcleo de las naciones democráticas, aún más mito fundador que las burguesías. La agricultura es más que un sector económico y el viejo nacionalismo de los Estados descubre así la otra cara de una globalización liberalizadora para todo menos para la agricultura. Lo mismo que cuando la Gran Bretaña imperial del XIX difundión el librecambismo para favorecer la exportación de los productos que fabricaba.

Los agricultores en los países pobres eran un problema a extinguir hasta que la globalización evidenció que eran capaces de competir internacionalemente. Por eso lo único que piden es la liberalización del comercio mundial de productos agrarios. Exigen poder competir sin dumping, porque trabajan más, producen más barato, gastan menos y viven peor, claro. Ya lograron convertir la cuestión agraria en un problema mundial como no se recuerda desde 1914.

La falsedad del liberalismo económico (neo o paleo) encuentra en esto una prueba. Sin protección ni subvención, los mercados de los Estados Unidos y Europa serán invadidos por productos de fuera. Cambiar esto supone tocar la fibra profunda de la Francia revolucionaria, fundada en la alianza entre burgueses y campesinos, y de la Arcadia yanqui de los ganaderos y granjeros. Los nuevos países no quieren más ayuda al desarrollo que oculte negocios de occidente, quieren competir y que les dejen trabajar. La agricultura gallega sabe de eso.