Cuando uno es joven comete estupideces. Por ejemplo: recién llegado a Manchester para cursar allí un año académico, y con un dominio del inglés semejante al que del español tiene Van Gaal, me lancé a una librería y me compré el Drácula de Stoker en su idioma original. Apenas fui capaz de leer más allá de 40 páginas a un caracoleador ritmo de un par de lineas por día. Todo lo que sé del mito, pues, me ha llegado por las versiones cinematográficas. En
Drácula: el espejo en la sombra,
Rafael Marín analiza esta distorsión popular del libro y nos aporta su interesante lectura del mismo: “Las obsesiones enfermizas de Stoker, su gusto por las situaciones morbosas o puramente absurdas, sus tabúes personales y sus filias ideológicas e incluso sexuales, sus envidias, encuentran eco en el desorden aparentemente estilizado de sus páginas, porque también el novelista se desdobla, psicoanalizándose sin saberlo o sin proponérselo, preludiando a autores posteriores del fantástico como Lovecraft, Ballard, Moorcock o Dick.”