Está claro que el gobierno estadounidense no ha hecho frente a sus responsabilidades tras el 11 de septiembre. Las guerras de Afganistán e Irak han provocado el exceso de ruido y la escasez de nueces típicos de una administración impotente en lo que se refiere a la solución de los problemas verdaderos.
Stephen Schwartz escribe sobre el principal de esos problemas, encarnado por Arabia Saudí: “Las tareas que le esperan a la administración estadounidense siguen siendo las mismas que las que tenía sobre la mesa el 12 de septiembre: exigir, y obtener, una explicación total y transparente de la implicación saudita en los eventos del 11 de septiembre, sin importar qué tan alto se llega en los círculos de gobierno, pero centrándose en el Príncipe Nayef. Los disidentes sauditas aseguran que es el más enfermo de odio wahhabi contra occidente, mientras que al mismo tiempo es responsable de las organizaciones de beneficencia que financian el terrorismo, organizaciones a las que ha donado contribuciones generosas.”
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