Oir hablar a Bush es envolverse en togas rojas y adornarse de cruces y revivir como a un palmo todo el desprecio y la arrogancia y la ambición de los inquisidores de hace cinco siglos. Para Jesse Jackson es palmario el fracaso de su administración en la guerra de Irak y Bush, a regañadientes, lo va reconociendo poco a poco: “Lo que reveló Bush en su último discurso sin admitirlo fue que no se han cumplido ninguno de los supuestos sobre la guerra preventiva. Su justificación original para atacar Irak y en solitario, contra las admoniciones de nuestros aliados y de la ONU, —las armas de destrucción masiva— no aparece. La propia guerra ha creado una amenaza terrorista en Irak e incluso podría estar forjando una cooperación entre los resistentes del antiguo régimen y los terroristas internacionales que no existía antes. Bush intentó disfrazarlo de astuta estrategia, pero no engañó a nadie.” ¿A José María Aznar?
El precio de la arrogancia [*pdf].