Rafael Guitián Fernández de Córdoba escribe sobre la última gran burbuja bursátil: “Todo se quebró cuando alguien comprendió que era imposible rentabilizar en unos plazos razonables todo ese capital. Empezó entonces una carrera hacia la racionalidad. Multitud de empresas se reconvirtieron e incluso cerraron. No obstante, otros eligieron mantener la ficción y una vez agotada la fórmula, no quedaba más opción que el fraude mediante fórmulas de contabilidad creativa. Confiaban en una salida ordenada esperando una reacción de los mercados que nunca llegó. En esta huida hacia delante dejaron millones de dólares, jubilaciones, empleos, etcétera destruyendo lo que quedaba del castillo de naipes.” El tono es el de una pequeña fábula moral, y la moraleja es que no quebró el sistema, la culpa no fue del sistema, sino de una acumulación de factores positivos que dieron un resultado primero positivo y después negativo. Como siempre pasa con los sistemas complejos, podemos explicarlos cuando ya pasó todo; antes, son impredecibles.
Creación de valor, individual o colectiva.