Sobre la muerte y de cómo una vez conocida entre las cercanías ya todo el recuerdo y la presencia sobre siempre otros: “Fue el año de la ballena, y mi abuelo murió en otoño. La muerte dejó de ser entonces una ausencia terca en el sueño que cuenta otro, o el azar imposible de una ballena aérea; la muerte se hizo ancha, paciente, propia; el cielo se vació y nunca más volvió a abrirse.
Todo cambió, y los restos de la ballena que cayó del cielo ya no existen, pero todavía recuerdo el verano que llegó aquella muerte tan grande cuando, si se detenían apoyadas en el viento, las gaviotas aún colgaban de sus hilos justo debajo del cielo, las nubes eran caras y cosas y bichos contando historias que volaban en un cine azul muy alto, invisible y rápido [...]”
El año de la ballena.