A la vista de las mentiras que condujeron a la guerra de Iraq,
Antonio Gershenson reflexiona sobre las mentiras de la vida cotidiana. “Una vez, hace unos años, estaba yo comprando un periódico en un puesto, y llegó una señora pidiendo dinero, por cierto sin tener ningún impedimento para trabajar. Le dije que no, y contestó: “No tiene dinero…” El pretexto es tan generalizado que ella misma ya me lo estaba proponiendo. Pero eso no era cierto, y contesté: “sí tengo, pero no le doy”. Se me quedó viendo con una gran sorpresa. El encargado del puesto mostró una expresión de asombro. Nuestra cultura es tal que al decir la verdad quedaba yo como un bicho raro.” Quizá si creásemos una cultura de la verdad, las mentiras de los políticos fueran menos aceptables, menos rentables. O por lo menos, menos habituales.
Las mentiras.