No es precisamente sorpresa lo que ha provocado la última campaña de la iglesia católica:
el Vaticano promueve la homofobia, sino más bien constatación de lo ya sabido: que para la institución religiosa, la perspectiva de igualdad y de respeto a los derechos humanos no existe. ¿Alguien esperaba otra actuación?; quizás perplejidad es el efecto mayormente provocado, sobre todo por lo evidente: las actitudes fundamentalistas religiosas se inmiscuyen en el poder político y económico y se promueven desde éstos como estandarte de valores. Y no hay distinciones, los movimientos feministas llevan tiempo diciéndolo: “El fundamentalismo católico es igual de nefasto para las mujeres que el fundamentalismo islámico”.
Alda Facio denuncia que el creciente conservadurismo político, de la globalización neoliberal económica, sirve de cobertura y protección a los “esfuerzos de la jerarquía católica, el Opus Dei y el Vaticano para frenar el avance de los derechos humanos de las mujeres”;
el fundamentalismo católico mata a millones de mujeres.