Jaime Campmany aborda el peliagudo y narcisista dilema de la sucesión de Aznar como lo debe hacer un fiel seguidor: con ironía y sarcasmo suficiente para que salga un buen artículo y gracioso, pero sin cuchillos ni escalpelos, no vaya a enfadarse alguien y, eso sí, sajando a siniestro y a siniestro.
El presidente y la becaria: “Ahora falta adivinar quién será ese político que Aznar considera tan bueno que supera en méritos a él mismo. «Ya está
dice mi suegra, ese político, si no es el propio Aznar, no puede ser otro que Ana Botella». Cosas de mi suegra, que no quiere morirse sin ver a una mujer presidiendo el Consejo de Ministros y a un español sentado en la Silla de san Pedro.”