Por mucho que nos empeñemos en clamar igualdad, lo cierto es que cada vez abundan más las ejemplos del diferente valor que tienen nuestras vidas.
Naomi Klein denuncia la práctica de este múltiple rasero. “Las vidas de algunos estadunidenses son más valoradas que otras. Los casos de la activista Rachel Corrie
atropellada por una excavadora en Gaza y la soldado Jessica Lynch lo demuestran. Cuando el Pentágono anunció el rescate de Lynch en Irak, ella se volvió un héroe. Su liberación, dijeron, demostraba un valor estadunidense:
Cuidamos de nuestra gente. En cambio, la muerte de Corrie se topó con un silencio oficial casi total”.
La soldado y la activista. O sea, que al final, las personas quedamos reducidas a eso, a ser valor de cambio y estar en función del mensaje que interese lanzar, o de la contienda a justificar o de la ideología que sustentar; nos convertimos en mártires más o menos efectivos, al servicio de otras causas. Pasa lo mismo, con las muertes por terrorismo, que no valen lo mismo. No valen lo mismo las muertes provocados por el terrorismo de ETA, que las muertas provocadas por el terrorismo de género. Y es que las primeras, son las víctimas del gran objetivo internacional a combatir, y las segundas, sólo son mujeres, que además llevan toda la vida aguantando los diferentes niveles de “micromachismos” y parece como si fueran elementos sustituibles; y claro, tampoco vale lo mismo las posibilidades para combatir al primero, pasta gansa por el medio -armamento, planes estratégicos, servicios de inteligencia … poder electoral; mientras que para resolver el otro terrorismo, habría que dar la vuelta la sistema y a su profunda misoginia, y de hacer esto, ¿dónde acabarían los deshechos de gobernantes?