Como en otras muchas cosas, el hecho de que la Constitución española diga que vivimos en un Estado aconfesional es sólo eso: letra. En la práctica se acerca mucho a un Estado católico-cristiano. La futura Constitución europea tendrá que afrontar el papel de las religiones en su creación, y parece que los primeros intentos van por cristianizar su nacimiento. Creo que
Juan Urrutia da en el clavo: “La separación del Estado y la Iglesia (o la religión en general) me parece una condición estrictamente necesaria para que cada uno de nosotros tenga la oportunidad de desarrollar libremente su proyecto vital, de manera que la tentación papal y los hechos de los neoconservadores americanos, que llevan dos décadas tratando de volver al sacro imperio germánico en versión actual y están a punto de conseguirlo, constituyen un ataque frontal contra mí y contra cualquiera que se respete a sí mismo.” La total ausencia de confesión alguna en esa Constitución me parece imprescindible para que el nuevo ser no salga ya con deformidades, que tiempo habrá para que le crezcan cabezas y le amputen brazos.
Por una Europa laica.