David Gistau: “Ahora que además de cartas insultantes a la redacción me llegan cada vez más invitaciones mundanas, un amigo al que hago caso me ha recomendado que vaya saliendo de la caverna, que cambie el sílex por la paleta del pescado y el chándal de los Simpson por un traje y que, en suma, ingrese en la vida social, que es adonde todo dueño de una columna aspira a llegar por vanidad, para sentirse como Scarlett bajando la escalera, «yo te leo». Pero no. La vida social, donde el escritor sólo es admitido como mascota bohemia de una marquesa aburrida del caniche, es la trampa del dueño de una columna, que ha de intimar con todos aquellos a los que tal vez, al día siguiente, esté tentado de meter en una bolsa de plástico.” El escritor como francotirador, sobre todo si es columnista. El escritor como paria. El escritor como hermitaño. Pero si los escritores han de cumplir con el cometido que se han dado a sí mismos y que la sociedad les ha dado, que es decir la verdad, quedan pocas otras opciones. La endogamia seca la tinta. O la hace fluir hasta el bolsillo.
La vida social.