Nunca he entendido la siesta. Imagino que es imcompresión heredada, porque nunca vi a mis padres echársela. No sólo me sienta mal, sino que siento que estoy perdiendo mi precioso tiempo y que podría ocuparlo mucho mejor en, por ejemplo, no hacer nada, que es una de las mejores maneras de pasar el rato. Pero Alfredo Bruñó no sólo duerme la siesta habitualmente, sino que escribe un relatorio de sitios en dónde se ha dormido por unos minutos: “Uno de los lugares en donde no está nada mal visto echar la siesta es en los transportes, con la salvedad de que uno sea el conductor. La he dormido en trenes, autobuses, aviones y coches. Nunca en un barco. Las contadas travesías que he hecho han sido cortas, y los barcos todavía sostienen en mí esa fascinación que se merecen. He dormido alguna siesta en taxis, en trayectos largos, claro, de una ciudad a otra y normalmente en condiciones de urgencia. Siempre he pensado que en esas condiciones, en los momentos en los que no se puede hacer nada más que esperar, lo mejor es relajarse y dormir.”
El encuentro con la siesta.