Hay sitios y momentos, no necesariamente lejanos ni en el espacio ni en el tiempo, en que la sangre y los pedazos de carne, los estertores y cuchillos forman parte de la vida cotidiana.
José Luis Alvite escribe sobre la violencia como ambiente, como aire respirable al que uno no se acostumbra pero sobrelleva o adapta: “Aquel fulano había hecho mil quinientas millas con un cadáver en el maletero del coche y se deshizo del vehículo a dos ciudades de aquí. «Fue entonces cuando me sentí raro. El coche no era el mismo sin aquel fiambre. Te familiarizas con el horror, muchacho y al final comprendes que tu vida es un angustioso remordimiento pero sobre todo descubres que el coche era más estable con el maldito cadáver en el maletero»”.
Cadáveres.