El vaiven de Rafael Cid denuncia que “la vuelta al absolutismo de recia estampa que pregona el aznarismo no está exenta de ribetes aristocrático-monárquicos. En realidad, haciendo una lectura libre del problema, lo que la derecha en el poder vende con saña es el eslogan sucesión sin secesión. O sea, tradicionalismo a estopa y no ruptura”. Esa es la interpretación de la propuesta de eliminar el impuesto de sucesiones, todo un atentado contra las bases del Estado social y de derecho que la Constitución vigente dice representar, que en su artículo 33, punto 2, se refiere a la función social del legítimo derecho a la herencia. Es decir, el traslado de la fortuna de una generación a otra se grava fiscalmente como medio de atemperar la brutal desigualdad que el traspaso íntegro del patrimonio supondría para los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Es un principio elemental de la justicia distributiva vía fiscalidad.
Sucesión sin secesión.
O de cómo robar a los pobres para dárselo a los ricos porque “No sólo se regala a los ricos cientos de miles de millones de euros que hasta ahora ingresaban en la Hacienda pública, sino que al retraer esa partida capital de los ingresos del Estado la consecuencia lógica será nuevos y más profundos recortes en inversiones de carácter social”. Vamos, que tenemos de plena actualidad eso de
Todo para el pueblo, pero sin el pueblo.