Las críticas a la utilización de la ingienería genética se centran en el temor a contravenir las leyes de la naturaleza, favorecer la especulación y atentar contra la dignidad humana. José Antonio Marina analiza las tres afirmaciones y las desmonta —al menos en su expresión más cruda— para concluir que “La dignidad está al fin de nuestra Historia, no al principio. Es una creación tanteante, progresiva y precaria, un proyecto que se desploma con gran facilidad. Por ejemplo, en las guerras se degrada irremediablemente la dignidad del ser humano. Se la convierte en medio para otra cosa. Ante una nueva técnica, como ante una nueva organización social o un sistema económico o un modo de relacionarse sexual o afectivamente, lo que tenemos que preguntarnos es si colabora al gran proyecto ético o lo obstaculiza. La única manera de enfrentarse a los graves problemas que plantea la biotecnología es extremando una actitud cuidadosa hacia todo ser humano.”
¿Jugando a ser dioses?