Hace unos cuantos años jugué al rugby durante una temporada. Cuando ganábamos, el viaje de vuelta en autobús era una sucesión de canciones en las que los cojones, la polla, la superioridad insultante, el pecho lobo y el desprecio jugaban un papel harto importante, todo ello amenizado con películas porno en la televisión del vehículo. Afortunadamente ganabamos muy pocas veces. El artículo de
Jorge Alcalde puede ser un principio de esperanza para todos los que no nos sentimos tan hombres: “Todo un abanico de sustancias colaboran para conseguir que el varón no sólo tenga deseos de aparearse sino que también anhele hacerse cargo de la prole, cuidarla y mantenerla y que todo eso genere en él una cascada de emociones positivas tan naturales como las de la madre.”
¿Existe el instinto paternal?