Sergio Cortina recuerda a aquel mítico y efímero equipo de fútbol de la CEI que jugó la Eurocopa de 1992. Comunidad de Estados Independientes.
«Andar jodido por un amor que nació roto y se rompía más a cada paso que daba. Al que incluso los destellos le hacían desconcharse. El que no iba a ninguna parte. Resulta sencillo identificarse con la Comunidad de Estados Independientes, el equipo que envió el agonizante fútbol soviético a la Euro 92 por que todos hemos estado en esa mierda. Kharine y Kanchelskis; Dobrovolski y Mykhaylychenko, Viktor Onopko… Ocho rusos, seis ucranianos, piezas de un puzzle con los bordes destrozados por tratar de encajarlas a hostias. Aquella pandilla caduca al nacer fue a Suecia a morir matando. Vestidos con una camiseta sin escudo, sin canción ni bandera con la que conmoverse como idiotas en el travelling tribunero, los que ya no eran rusos ofrecieron su última función. Sobre el ‘Himno a la alegría’ de Beethoven, sucedáneo de un canto que jamas existió, el equipo de un país que no era intentó salvar los muebles por última vez. Lo hizo con esta camiseta roja que hoy es fetiche de culto.»