Siempre me ha chocado ver los kioskos forrados con revistas pornográficas: ¿tanto venden? El mayor impedimento que le encontraba a su venta no era el buen gusto o la decencia, sino la vergüenza: yo me moriría sólo pensando en pedirle una al kioskero. Todavía me río con la escena en que Woody Allen compra 7 u 8 revistas “serias” y entre ella mete un Playboy a ver si se disimula; pero tiene la desgracia de que le falta el precio y el dependiente se pone a gritarle a un compañero del otro extremo del local cuánto cuesta el Playboy. En fin, Fabiola Sánchez se recorre varios kioskos de ¿México capital? y habla con los vendedores y pregunta aquí y allá sobre el auge o el declive de una industria que mueve millones:
Sexo en el kiosko.