Ramón Lobo se sienta en un café, un año después de su despido de El País. Ha pasado un año, toda una vida.
«Ha pasado un año: el tiempo vuela hacia ningún sitio. El día, vaciado súbitamente de horarios y deberes, se transforma en una negrura amenazante. Sientes puñales de ausencia, la pérdida, el mundo imperfecto que se esfumó; esa nada ocupa el todo, lo invade y zarandea. Sientes miedo. ¿Seré capaz? ¿Me llamará alguien? Hay soledades que brotan de la nada, como un géiser.
Acostumbrado a pertenecer a una tribu, de ser reconocido o señalado como parte de ella, quedas a la intemperie, expuesto en medio de un desierto, sin heraldos ni banderas. Tú, ¿de quién eres?, pregunta la voz desde el fondo del cerebro. “Soy mío”, quieres responder en un hilo de voz.»