Maximiliano Tomas escribe sobre la figura del agente literario, y no con mucho cariño: Raymond Chandler y los chacales de la literatura.
«Pero qué es un agente literario, se preguntará usted. Algo así como un representante de jugadores de fútbol pero que en lugar de traficar con jóvenes deportistas y sus potenciales gambetas lo hace con tipos no muy atléticos y no tan jóvenes y sus potenciales novelas, que consigue comisiones bastante menores que los primeros (si comparamos la cantidad de gente que mira partidos de fútbol y lee libros, la ecuación es clara), y cuyos clientes pueden articular en las entrevistas televisivas un promedio notoriamente más alto de frases sin caer en ripios, repeticiones, cacofonías y estrangulamiento sintáctico. Entonces: de un lado los editores (que imprimen los libros), del otro los autores (que los escriben) y en el medio los intermediarios, es decir, los agentes.»