Luis Barrera Linares reflexiona sobre el estatus de escritor, los pechos inflados y el papel del editor en esta hinchazón de nombres con pies de barro: Escritores que son y escritores que se lo creen.
«Dentro de ese contexto, ocurre que ahora cualquiera se convierte en “novelista” de la noche a la mañana y se hace agregar el rótulo de escritor-a. Hace poco viví la experiencia de una madurita y poco sociable comunicadora venezolana a la que por motivos estrictamente profesionales (no relativos a la literatura) hube de telefonear. La secretaria de la emisora a la que llamé me indicó que la susodicha no podía atenderme por encontrarse «ocupada», en trance, supuse después de escuchar la excusa: —La novelista está escribiendo un capítulo de su próxima obra y no quiere ser molestada.»