“Se prohíbe jugar a la pelota”. Cómo fastidia ese cartel cuando eres un niño con un balón debajo del brazo y ganas de divertirte. Sin embargo, la historia que cuenta Carlos Zúmer tiene final feliz: Nostalgia de futbolista
«El ayuntamiento lo redactó en letras grandes: Se prohíbe jugar a la pelota. La ordenanza fue rotunda para satisfacer quejas antiguas. En aquella plaza ya ni se paseaba ni se estaba al fresco ni se jugaba a otra cosa. La idea, por tanto, era mandar la pelota a un lugar apropiado, al polideportivo, al campo o a donde fuera. La medida tenía tanto sentido cívico como ridículo sonaba prohibir el fútbol en una plaza de barrio. Llevándolo al extremo, parecía una forma atrevida de negar el juego, la infancia, el deporte en la calle y todo eso. Pero fueron más los que estuvieron de acuerdo. Y tenían sus razones.»