Jorge Bustos ha ido a un spa… y ha vivido para contarlo: Cómo sobrevivir a un spa
«Lo que más me preocupaba de acudir a un spa, aparte del dinero, era el masaje. Por poco sentido de la propiedad privada que uno tenga, un masaje a manos de un extraño siempre comporta una intrusión más o menos violenta en lo más profundo del ser humano, que según Valéry era la piel. Del masajista no sabemos nada, no conocemos su aptitud académica ni su filiación política, ni siquiera hemos tomado una copa previa con él para romper el hielo. Uno no es precisamente Mendicutti, que ha hecho de la mariconería masajística un género estival de columna por lo demás tediosa.»