Joana Bonet habla de Antonio Trigueros, que tanto tiempo fue barman del hotel suizo en el que vivía el matrimonio Nabokov, y del escritor, y del alcohol, y de su propia vida. El barman de Nabokov.
«La tumba del célebre autor ruso, cuyas cenizas reposan junto a las de su mujer y las de su hijo Dmitri, es la más frecuentada en el cementerio de Clarens. Pero uno de esos visitantes acude cada domingo, sin excepción, con un ramo de flores. Se llama Antonio Triguero, madrileño, jubilado, que en 1968 entró en el Hotel Montreux Palace como asistente de barman en el bar Le Mandarin y pronto llegó a convertirse en el jefe de las barras. Camisa rosa, chaqueta de cuadros príncipe de gales, cadena de oro, orgulloso de llevar la insignia de la Asociación Internacional de Barmans. Hay más. Las eses sibilantes, las erres crepitantes, la voz dulce, hijo de linotipista republicano: “ABC buscaba tipógrafos y me llamaron. Me preguntaron si era de misa diaria y si pertenecía a Acción Católica. Este tiene la cabeza dura, dijeron. No me dieron el puesto. Y decidí emigrar”.»